miércoles, 12 de junio de 2019

Orlando Aguirre López

Orlando Aguirre López ha desaparecido físicamente, pero pervive su legado escrito en la memoria de este terruño. Murió en el extranjero el 5 de mayo de 2019.


Orlando Aguirre López, homenaje a la humildad

Dos obras bien escritas, con sus dedicatorias sentidas y como uno de los mejores regalos que me han hecho, son para mí el mayor patrimonio bibliográfico de Filandia.  Sus títulos oscilan entre la claridad y el rigor de estilo.  Son los libros que nos ha dejado el más probo intelectual de los últimos lustros que ha tenido este municipio. Su seudónimo de escritor fue Hermes.
En la primera obra, titulada sencillamente Filandia, entre el fuego y el hielo, sus líneas nos describen con detalle las dos tragedias locales que han sufrido los habitantes de la ‘Colina Iluminada del Quindío’. Ellas fueron el incendio de 1995 y la granizada de 1996.
En la primera obra, Filandia entre el fuego y el hielo, describe dos grandes acontecimientos climáticos del municipio.

El autor no se queda en la mera narración de los dos desastres.  También hace una radiografía de la problemática municipal y termina su escritura con la propuesta visionaria de lo que debe ser un plan de desarrollo para su tierra.

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En el segundo libro, titulado El ser humano y su destino y publicado diez años después de su primera obra, Orlando Aguirre redacta una excelente presentación ensayística sobre el bien y el mal, los dos polos de la naturaleza humana que han sido abordados por las diferentes teorías o escuelas de pensamiento.
Irónicamente, en la página 122, el autor presenta este párrafo profundo, a manera de reflexión:
“Entre la muerte y la locura, el ser humano debe preferir la muerte, porque si la locura es esa maravillosa aproximación a la felicidad, la muerte es, en cambio, la locura de haber vivido”.
Sólo una mente lúcida pudo haber entendido esta sublime reflexión, que se reveló con la muerte que le ha sobrevenido, con un silencio lúgubre.
Los dos libros fueron prologados por ilustres escritores. Ellos son Jaime Naranjo Orrego, el  bibliotecario filandeño, quien señala en el primero que Orlando Aguirre “ha escrito un importante y sólido ensayo de escrupulosidad crítica y analítica sobre la existencia y desenvolvimiento de nuestro desastroso régimen municipal”.  Pues lo que se pretende en sus páginas es precisamente lograr una interesante comparación entre la corrupción oficial como el fuego del incendio y de la pasividad ciudadana como el hielo que pasma nuestras iniciativas.

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Mientras tanto, Umberto Senegal, el poeta de Calarcá, en su introducción al ensayo filosófico de Orlando Aguirre, no duda en destacar “la equilibrada amalgama que su autor hace de las ideas orientales y occidentales, lo que es un buen punto de partida para quienes desean revalorar el mundo que habitamos”.
Para relievar su grandeza como escritor, dos obras bastaron solamente.  Diferente a quienes se ufanan por publicar numerosos libros que poco enseñan. Solo dos, juiciosamente escritos, nos dirán quién fue el Orlando Aguirre López que hemos despedido.
Su vida y sus ensayos inéditos son un homenaje a la humildad. Así lo testimonió en su dedicatoria, a mí dirigida, cuando con su puño y letra escribió: “Al amigo y admirador de estas modestas obras”.
Allí reluce con altura el otro valor de nuestro coterráneo, la modestia.
A las dos hermosas cualidades, añadiríamos una tercera, la sencillez.
Es curioso encontrar que humildad, modestia y sencillez son también los atributos de los personajes sabios.  Porque eso fue Orlando Aguirre López, un sabio que nunca ocultó su origen y que siempre mostró su orgullo de la cuna raizal de sus antepasados. En la universidad pereirana que lo acogió, muchos admiraron la temprana edad que marcó su inicio como docente.
Y es que de Orlando todos los filandeños aprendimos a ser humildes, y también a ser felices, porque ello es consustancial con la sapiencia y hasta con el sentimiento de haber nacido en esta tierra.

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De la sapiencia de sus padres y de los nuestros, porque todos ellos nos dejaron la riqueza de sus experticias y el valor de la honradez. Nunca olvidó Orlando el talante artístico de su padre don Pablito Aguirre, quien también cultivó con la gracia de la música en la banda municipal.  Pero tampoco olvidó el valor de la palabra y el honor de la verdad, los dos pilares de una política anticorrupción por la que tanto luchó.
Creo que Filandia perdió el más sensato, equilibrado y brillante de sus hombres. Pero nos quedan sus escritos, que cualquier dirigente debería leer y transmitir para la aplicación de sus enseñanzas.
Me atrevo a decir que no solo se nos fue un gran hombre. Nunca estimamos al mejor alcalde o dirigente cultural que pudo haber tenido Filandia en toda su historia.
Ojalá la reflexión sobre su vida nos lleve a todos a mantener la llama de su sabiduría con nuestras acciones de futuro.
Fue un eximio intelectual ingeniero industrial de la Universidad Tecnológica de Pereira. Título de maestría de la Universidad de Pittsburg —EEUU—. Catedrático universitario, emérito, políglota y visionario de la ciencia y la cultura.  No obstante, Orlando, entre nosotros, fue también el amigo, el contertulio agradable, el intrépido caminante y el embajador de Filandia en el exterior, donde el terruño siembre estuvo en el primer lugar de su corazón.
Le sobreviven en Filandia su hermano Alcides, sencillo como él, su esposa y sus dos hijos.
Nació el 26 de noviembre de 1944 y murió en Bangkok (Tailandia) 5 de mayo de 2019.

Roberto Restrepo Ramírez
Especial para LA CRÓNICA